domingo, 26 de noviembre de 2017

La tempestad del Segador.


La mentira se alza sola, el solitario engaño con la espalda vuelta, da igual la dirección de tu reticente acercamiento, y con cada paso tu objetivo sigue adelante, tu zancada se pierde el sendero se pliega sobre sí mismo, una y otra vez caminas y lo que se alzaba solo ante ti, errante como una desgracia, un pronunciamiento accidental, ahora revela su legión de hijos, esta masa que hierve en hebras y nudos y, rodeado, no puedes coger aliento, no puedes moverte.
El mundo es tu obra, y un día, amigo mío, te alzarás solo entre un mar de muertos, la adquisición de tus palabras todas sobre ti y el viento te abrirá con una carcajada un nuevo sendero, que llevará al tormento interminable; el solitario engaño es su soledad, la mentira es la mentira que se alza sola, las hebras y los nudos de la multitud se tensan en recto juicio con el que tú, otrora, con tanta libertad estrangulaste a cada cual que decía la verdad, cada voz disidente.
Así que ahora alivia tu sed en mi compasión y vete al otro mundo muerto de sed en el yermo.
El emperador Dorado.

Fui en busca de la muerte en las hundidas ruinas de la nave del templo de alguien. Fui en busca entre flores, asintiendo a las palabras del viento, de afligidos relatos de guerra. Fui entre los canales de sangre,tras las tiendas de las mujeres, todos los niños que nunca fueron.
Y en la tormenta de hielo y olas, fui en busca de los ahogados entre conchas espinosas y romos gusanos, donde los granos se arremolinaban, todos y cada uno clamando su nombre, su vida, su pérdida. Fui a los actuales caminos que me llevaron a ningún lugar conocido.
Y en las quietas brumas, muy lejos, donde la luz misma se arrastraba incierta, fui en busca de sabios espíritus, gimiendo sus verdades en oscura marga. Pero el musgo guardaba silencio, demasiado húmedo para recordar mi búsqueda, encontrando al fin donde los segadores siembran, cortando tallos para llevarse la estación. Fracasé en mi orgullosa búsqueda. Ante una segadora hoja de pedernal.
Y postrado, perdido para el verano, desnudo como su cálido caparazón de juvenil promesa, fui enviado lejos, al cielo del relicario del otoño, hasta que los huesos de la noche eran clavos resplandeciendo bajo el frío olvido, y oscuridad abajo, la muerte vino a encontrarme.
Antes de Q’uson Tapi
Toc Anaster.
Steven Erikson - La tempestad del Segador

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