viernes, 29 de septiembre de 2017

El cuento taoísta del Arpa amaestrada.


En el barranco de Lungmen se levantaba hace mucho, mucho tiempo un árbol Kiri que era el verdadero rey de la selva. Tenía tan alta la cima que podía conversar con las estrellas, y tan profundas sus raíces en la tierra, que sus anillos de bronce se mezclaban con los del dragón de plata que dormía en sus entrañas. Y ocurrió que un hechicero hizo de este árbol una arpa maravillosa, que sólo podía ser dominada por el más grande de los músicos. Durante siglos, esta arpa formó parte del tesoro de los emperadores de China, pero jamás, cuantos intentaron arrancar de ella algún sonido, vieron sus deseos coronados por el éxito. Sus esfuerzos titánicos sólo lograban arrancar de ella unas notas impregnadas de desdén; poco en armonía con los cantos que pretendían obtener.
El arpa rehusaba reconocer un dueño.
Vino por fin Peiwoh, el príncipe de los arpistas. Acarició el arpa como se acaricia un caballo indomable cuando se quiere calmarlo y pulsó dulcemente sus cuerdas. ¡Cantó las estaciones y la naturaleza toda, las altas montañas y las aguas corrientes, y todos los recuerdos aletargados en el árbol se despertaron!
Nuevamente la dulce brisa de la primavera se infiltró a través de las ramas. Las cataratas, al precipitarse en el arroyo, sonreían a los capullos de las flores. Otra vez se oían las voces soñadoras del verano con sus miríadas de insectos, el murmullo de la lluvia y el canto del cuclillo. ¡Oíd! Un tigre ha rugido y el eco del valle le responde. Es el otoño; en la noche desierta, la luna brilla como una espada sobre la hierba helada. El invierno; a través del aire lleno de nieve se agitan los torbellinos de cisnes y el granizo sonoro golpea las ramas con alegría salvaje.
Después Peiwoh cambió de tono y cantó el amor. Como un doncel enamorado, la selva se inclina delante de una nube parecida a una joven que vuela en las alturas; pero su paso arrastraba sobre el suelo largas sombras negras como la desesperación. Peiwoh canta la guerra; las espadas chocan y los caballos relinchan. Y en el arpa se levanta la tempestad de Lungmen; el dragón cabalga sobre el rayo, el alud se precipita desde las colinas con un ruido ensordecedor de trueno. El monarca Celeste, extasiado, pregunta a Peiwoh cuál es el secreto de su victoria. «Señor», contesta, «todos han fracasado porque sólo se cantaban a sí mismo. Yo he dejado al arpa escoger su tema y en verdad tengo que deciros que no sabía si era el arpa que dominaba a Peiwoh o Peiwoh que dominaba el arpa».

Este cuento muestra cuán difícil es el secreto del arte y cuán misterioso es su sentido. Una obra maestra es una sinfonía ejecutada con nuestros sentimientos más refinados. El verdadero arte es Peiwoh y nosotros somos el arpa de Lungmen. Al mágico contacto de la belleza, las cuerdas secretas de la belleza se despiertan y en contestación a su llamada vibramos y nos sobresaltamos.
El espíritu habla al espíritu; oímos lo que nos ha sido dicho, contemplamos lo invisible; el maestro arranca notas sin que sepamos de dónde. Recuerdos de largo tiempo olvidados vuelven a nosotros llenos de un nuevo significado. Esperanzas ahogadas por el temor, impulsos de ternura que no nos atrevemos a reconocer, se nos ofrecen rodeados de un nuevo esplendor. Nuestro espíritu es la tela sobre la que el artista pone los colores, los matices son nuestras emociones y el claroscuro está formado por la luz de nuestras alegrías y lo sombrío en nosotros y nosotros estamos en la obra maestra.

 Kakuzō Okakura (1863 - 1913)

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Ivan El Terrible.

Andrey Shishkin - Ivan the Terrible.

  Iván el Terrible es el zar ruso cuyo nombre ha sido objeto de mayor divulgación. Este personaje ha ejercido una siniestra fascinación a través de la historia, aunque sin dejar de ser una figura nebulosa contemplada a través de violencias y gran crueldad, la mayoría de los historiadores, como Karamzin a principios del siglo XIX, le han considerado un cruel tirano, pervertido por el poder. Sin embargo, en la Unión Soviética ha sido reconocido como un gran zar y, posteriormente, considerado héroe nacional, tal como nos lo demuestra el notable film de Eisenstein.
Iván será siempre motivo de controversia, como ya lo fue en su tiempo. Era un carácter extraordinariamente complejo y no aceptaba términos medios ni en su conducta ni en sus palabras. Tenía una personalidad viva y poderosa, e inspiró apasionadas leyendas y polémicas. Su vida fue trágica. Desde su más tierna infancia, y a lo largo de toda su vida, el miedo, las calamidades y las tragedias personales le agobiaron. Todas estas desgracias, en la mayoría de los hombres habrían causado la perdición.
El miedo, la traición y la desesperación le convirtieron en un hombre desconfiado al que costaba poco encolerizarse; los castigos que infligía a los demás eran los normales en aquellos tiempos. Es evidente que su comportamiento da muestras de muchos síntomas de un maníaco depresivo; su preocupación por el pecado, su ansiedad obsesiva en cuanto a su dinastía y sus reacciones poco humanas le llevaron muy cerca de la locura en ciertos momentos de su vida. Pero, al mismo tiempo, era un hombre capaz de sentir afecto y, en ocasiones, era amable y generoso, así como tolerante, y en todos los casos fue siempre un soberano práctico y responsable en lo referente a los intereses del imperio.
Iván fue uno de los zares más representativos y sobresalientes de Rusia. Hombre dominante, de gran inteligencia y habilidad, era un gobernante por naturaleza, y por ser el primer zar coronado con este título en Rusia, exigía la lealtad y devoción de todo su pueblo, para el cual él representaba el centro y epítome de la nación.
Iván estableció su poder absoluto en Rusia y convirtió la nación en una unidad, cuando en la inquieta Europa del siglo XVI los estados centralizados giraban enteramente alrededor de sus monarcas. Puede decirse que el acontecimiento que convirtió a Rusia en nación fue la conquista de los kanatos de Kazan y Astracán, hechos que hicieron exaltar la imaginación de todos los rusos. También fue Iván quien estableció los fundamentos del futuro imperio ruso, abriendo el camino a la colonización hacia el este. Luchó en occidente para conseguir un acceso al Báltico y para que Rusia tuviera su parte en el comercio y libre intercambio con el resto de Europa. Además, su reinado transcurría en unos momentos en que se creaba la maquinaria del gobierno centralizado y son muy notables las importantes reformas que llevó a cabo, tanto políticas como administrativas y eclesiásticas.
Sus súbditos le llamaron Grozny, que en ruso significa «el temido», es decir el zar «que ha de ser temido», en el mismo sentido en que Dios debe ser temido. La palabra Grozny puede que al ser aplicada a Iván incluyera también la idea de groza, tormenta, porque su temperamento era ciertamente tormentoso. Pero la palabra «temido» refleja mejor la actitud de sus súbditos.
Sin embargo, no se debe a un simple error de traducción el que la palabra Grozny haya sido aplicada como «El Terrible». Este sobrenombre deriva también de la reputación de Iván en el extranjero durante su reinado, reputación que ha quedado adherida a su figura a través de la historia, y que se debe principalmente a los informes y polémicas de sus enemigos, en particular del príncipe Andrei Kurbsky, cuyas calumnias, más que ningunas otras, han oscurecido la figura de Iván y contribuido a desmerecer su importancia como gran gobernante de toda la nación.




Lookouts.



Se trata de un corto titulado 'Lookouts', el cual nos plantea una historia fantástica donde un grupo de de jóvenes exploradores son emboscados por una terrible criatura voladora conocida como Basilisk, que es capaz de convertir a sus presas en piedra, y de la que sólo sobrevive Pehn, que escapa entre las sombras del Eyrewood , un bosque misterioso y mortal que es hogar de toda clase de criaturas salvajes. Pehn, debera encontrar el coraje para enfrentar su destino.
 Este cortometraje  está basado en "Lookouts" Cómic original de Penny Arcade, que fue escrito e ilustrado por Jerry Holkins y Mike Krahulik.


lunes, 25 de septiembre de 2017

Elucubraciones (XVI)

Zdzislaw Beksinski.

La simiente se esparce en el viento. El saber, en quien lo descubre

Toda persona que escucha la palabra «sociedad» sabe a qué se está aludiendo o, al menos, cree saberlo. Una persona transmite esta palabra a otra como se entrega una moneda de valor conocido, cuyo contenido no es necesario examinar. Cuando una persona dice «sociedad» y otra la escucha, ambas se entienden sin más. Pero ¿nos entendemos realmente?
La sociedad —es sabido— somos todos nosotros, es la reunión de muchas personas. Pero la reunión de muchas personas forma en la India o en China un tipo de sociedad muy distinto al que forma en América o en Inglaterra; la sociedad que en el siglo XII formaba en Europa un conjunto de personas particulares era distinta a la del siglo XVI o a la del siglo XX. Y, si bien es indudable que todas esas sociedades estaban y están compuestas únicamente por un conjunto de individuos particulares, es también evidente que el cambio de una forma de convivencia a otra no fue planeado por ninguno de esos individuos. Al menos, no se sabe de persona alguna que en el siglo XII o en el siglo XVI haya trabajado consciente e intencionadamente en la formación de la sociedad industrializada de nuestros días. ¿Qué es esta «sociedad» que formamos todos nosotros, pero que ninguno de nosotros, ni siquiera todos nosotros juntos, hemos querido y planificado tal como hoy existe, que sólo existe porque existen muchas personas y que sólo permanece porque muchas personas particulares quieren y hacen algo, esta «sociedad» cuya estructura, cuyas grandes transformaciones históricas, es evidente que no dependen de la voluntad de personas individuales?
Si se analizan las respuestas que suelen darse hoy en día a estas y otras preguntas similares, se observan, hablando vulgarmente, dos posturas enfrentadas. Parte de la gente se aproxima a las formaciones histórico-sociales como si estas hubieran sido bosquejadas, proyectadas y creadas por una serie de individuos o de entidades, tal como, en efecto, aparecen ante una mirada retrospectiva. Las personas que mantienen esta postura pueden, en el fondo, advertir que su tipo de respuesta no es suficiente —sea cual sea su modo de adaptar y ajustar sus ideas para acomodarlas a los hechos, el modelo teórico al que estas están ligadas es y ha sido siempre el de la creación planificada y racional de una obra, como un edificio o una máquina, realizada por personas individuales—. Cuando tienen ante sí determinadas instituciones sociales, parlamentos, policías, bancos, impuestos o lo que sea, buscan explicarlas recurriendo a las personalidades que crearon originalmente tales instituciones. Cuando tienen que vérselas con géneros literarios buscan al hombre que dio el ejemplo a los otros. Cuando se topan con formaciones difíciles de explicar de esta manera, como el lenguaje o el Estado, proceden al menos como si estas formaciones sociales pudieran explicarse del mismo modo que aquellas otras creadas por personas individuales premeditadamente y con una finalidad determinada. Así, por ejemplo, afirman que la finalidad del lenguaje es el entendimiento entre las personas, o que el objetivo del Estado es el mantenimiento del orden, como si en el transcurso de la historia de la humanidad el lenguaje o la organización en Estados de determinadas agrupaciones humanas hubieran sido creados, mediante una reflexión racional, para el cumplimiento de esos fines determinados. Y bastante a menudo, cuando tropiezan con fenómenos sociales que evidentemente no pueden explicarse mediante este modelo, como, por ejemplo, la transformación de los estilos artísticos o el proceso de la civilización, simplemente dejan de pensar en ellos. No continúan haciéndose preguntas.

La sociedad, que con tanta frecuencia se opone mentalmente al -individuo-; está integrada totalmente por individuos y uno de esos individuos es uno mismo


Norbert Elias (1897- 1990).